En nuestro próximo viaje de mujeres a India: ¨Las Reinas del Rajasthan¨ este octubre, visitaremos el templo de Ranakpur, uno de lo templos mas importante para la religión Jainista. Publicamos este articulo de Agustín Pániker sobre esta religión y sus principios.Para ir conociendo un poco mas sobre esta antigua y peculiar religión.
Sagrada eutanasia
Agustín Pániker
El jainismo es
una de las más antiguas religiones de la India, practicada por unos 5 millones
de personas. Originalmente, a los miembros de esta comunidad se les conocía con
el nombre de “desligados”, un apelativo que ilustra bien el carácter ascético
de esta religión. A sus líderes históricos y míticos la tradición los llamó con
el extraño nombre de “hacedores de vados” (tîrthankaras).
¿Vados? Sí, vados de río para que los demás puedan cruzar a la otra orilla de
la liberación (nirvâna). Un sinónimo
de tîrthankara es la palabra jina, que significa victorioso
espiritual. Remite a aquel que venció las pasiones, se deshizo del apego,
alcanzó la iluminación y predicó la senda jainista que conduce a la otra orilla
de la salvación. El último de estos guías perfectos fue Mahâvîra (siglos -vi/-v). El jainismo es, como su nombre
indica, la religión que estos jinas
expusieron al mundo. Aunque posee muchos elementos en común con las tradiciones
hermanas-y-rivales del hinduismo y el budismo, su proverbial énfasis en la
ascesis (tapas) y la no-violencia (ahimsâ), que tanto influyeron en Gandhi,
han dotado al jainismo de unas señas de identidad muy particulares. Quizá no
haya mejor forma de ilustrarlo que repasando el más sagrado de los votos
religiosos de los jainistas: la muerte voluntaria o decisión de cometer
eutanasia por ayuno absoluto (sallekhanâ).
Para los indios, los últimos momentos de la vida constituyen un
tránsito crucial que determinará aspectos importantes de la siguiente encarnación.
Tal como esté la mente en el momento de la muerte igual será el futuro
renacimiento, dicen los textos. De ahí se desprende que una muerte en
meditación o en un estado de trascendencia del ego es susceptible de generar
cuantioso mérito kármico. Con mayor o menor aceptación, la tradición hindú ha
reconocido diferentes formas de muerte voluntaria. Una de las clásicas es
arrojarse a un río sagrado y dejarse ahogar, o el autosacrificio en guerra para
evitar la captura, o la inmolación de la viuda virtuosa en la pira funeraria
del marido. Todas estas formas de muerte son consideradas un ritual
extremadamente sagrado. Si imperan otros motivos que no sean espirituales las
tradiciones índicas las condenan severamente.
No obstante, el jainismo considera esas formas de muerte voluntaria
como variantes de suicidio y las evalúa negativamente. De lo que se trata con
la muerte voluntaria jainista es de llegar al momento de la muerte con la consciencia clara, sin que la senilidad
o la enfermedad, por ejemplo, hayan llevado a romper involuntaria y fatalmente
niguno de los votos o de las obligaciones rituales de los ascetas (monjes) o
los devotos. Por esto los textos recomiendan el sallekhanâ cuando uno está ya incurablemente enfermo o en extrema
vejez. El camino jainista consiste en un permanente ejercicio de
autopurificación. Éste pierde su sentido con la decrepitud. En cambio, si los
momentos finales son de meditación serena, incluso faltas serias podrían ser
erradicadas.
El rito debe ajustarse a unas recomendaciones bien prescritas. Se
aconseja llevarlo a cabo en un templo, un lugar sagrado o, en su defecto, en el
hogar. Con el consentimiento familiar y la supervisión de un asceta –quien
tendrá que aprobar que el aspirante está suficientemente cualificado para llevar
a cabo el rito, que puede llegar a ser muy doloroso–, el devoto comienza un
ayuno gradual, siempre ayudado por la meditación. Excepto el ayuno, todo otro
método de eutanasia está prohibido. Primero se abstiene de alimentos sólidos,
luego subsiste sólo con líquidos, siempre en meditación y con determinación
firme, susurrando los mantras
sagrados o escuchando cómo lo recitan sus acompañantes. Ningún deseo de
alcanzar los cielos superiores, de ganar mérito religioso o de tener una muerte
rápida debe enturbiar el rito, pues eso no sería sino otra forma de apego y,
por ende, de suicidio. A continuación, la práctica del ayuno se lleva a su
conclusión lógica y dejará de alimentarse por completo. Finalmente, llegará la
hora de la muerte en meditación (samâdhi-marana),
que es como se prefiere llamar al rito en los textos. Posiblemente, las últimas
palabras que escuche el moribundo sean las de su maestro que le susurrará al
oído: “por tí mismo ve a tí mismo dentro de tí mismo.”
Aunque sabemos de cantidad de laicos y laicas que han cometido sallekhanâ, ha sido una práctica mucho
más extendida entre los y las ascetas. De hecho, muchísimos ascetas moribundos
optan por tomar este voto en sus últimos momentos. Pero conocemos de miles de
ayunos absolutos de ascetas que estaban en perfectas condiciones.
El rito puede sonar fuerte, más a alguien crecido en la cultura
occidental, que tradicionalmente no ha aceptado la muerte voluntaria –pues
nadie, salvo Dios, tiene derecho a dar o quitar la vida– y que posee un
verdadero terror por la finitud y la extinción de la individualidad. La muerte
es, para muchos, la puerta de la nada.
De ahí que se haya optado por la vía opuesta, por prolongar a toda costa y con
los medios que sean necesarios la vida de los enfermos terminales. Pero en la
India, y en la comunidad jainista en particular, el hecho de morir posee otras
connotaciones y la actitud es diferente.
Por un lado, Dios no interviene en este asunto. El jainismo es una
religión ateísta. Por sus concepciones del karma y la naturaleza del espíritu (jîva) el jainismo considera que la
persona es responsable de su destino. Su posición ante cuestiones como la de la
prolongación artificial de la vida es claramente de no-interferencia. La muerte
es algo natural. No es que los indios se muestren indiferentes ante la muerte.
La muerte desencadena siempre una angustia emocional;
sin embargo, la angustia existencial
está ausente. No hay temor por la muerte.
Por otro lado, la India siempre ha considerado la muerte como la
entrada a otro plano. La concepción india de transmigración implica que la
muerte no se opone a la vida, sino al nacimiento. Muerte y nacimiento son sólo
los portales que atraviesa el espíritu en su peregrinar de una existencia a
otra. La muerte no es más que un
tránsito a nuevas formas de vida.
Eso no es todo. Debemos tener en cuenta que la práctica del ayuno es
muy común entre los –y sobre todo las– jainistas. Quien ha optado por este
final glorioso previamente habrá realizado cientos y hasta miles de ayunos. No
sólo estará preparado física y psicológicamente sino que lo estará anímica y
espiritualmente, pues, buena parte de la vida espiritual del laico y, de forma
mucho más palpable, la del asceta, consisten en una preparación para esta
muerte sagrada. Estamos ante un pacífico acto de purificación espiritual. Y es
lógico que una tradición que ha concedido tanto valor al poder salvífico del
ascetismo considere que en los momentos liminales, el ayuno combinado con la
meditación, ejerzan una purificación extrema. La muerte se presenta entonces
como una oportunidad para eliminar residuos de acciones pasadas. Para el devoto
serán sin duda los niveles celestiales superiores y quién sabe si no habrá
acortado cientos de encarnaciones en el ciclo de las transmigraciones.
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